Lo ocurrido en la Cámara de Diputados con Cuauhtémoc Blanco no solo es una vergüenza: es el retrato nítido de la impunidad patriarcal que atraviesa al poder en México.
Un hombre acusado de vínculos con el crimen organizado, señalado por corrupción, denunciado por violencia contra su pareja y presunto abuso sexual contra una familiar, sigue protegido por el fuero, convertido ya en escudo personal, no en herramienta constitucional.
¿Y el Congreso? Lo respalda. Le da tribuna. Lo legitima. La política, una vez más, se convierte en refugio para agresores mientras la justicia queda congelada.
No es solo una ofensa al cargo público que ostenta. Es una agresión directa a las víctimas, a quienes exigen justicia, y a cada mujer que ha tenido el valor de señalar a un agresor con poder. Que Blanco conserve el fuero de manera irregular, gracias a pactos entre cúpulas, exhibe con crudeza cómo la violencia se sostiene desde las alturas.
Esto no es un escándalo aislado: es parte de un acuerdo más amplio de complicidad.
Morena y el PRI han sellado un pacto de impunidad. Hoy blindan a Cuauhtémoc Blanco; mañana protegerán a Alejandro Moreno. Así funcionan: se reparten la inmunidad, negocian en lo oscuro, intercambian favores para garantizar que nadie rinda cuentas.
El fuero, diseñado para proteger funciones legislativas, ha sido secuestrado para blindar criminales. Supuestos adversarios políticos se convierten en cómplices cuando se trata de encubrir a los suyos.
Esta no es una crisis pasajera. Es el síntoma de un sistema podrido, donde la justicia es moneda de cambio y la impunidad, un acuerdo compartido.
La verdadera alianza entre Morena y el PRI no se firma en público, se teje en el silencio. Y ese silencio protege a los violentos.
¿Ahora se entiende mejor lo del Rancho Izaguirre?
LAS COSAS COMO SON
Dr, Carlos Sedano, desde la UdeG./